LA GRAN ESTAFA DE LOS CONCURSOS LITERARIOS

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BIG pero que muy BIG

Todo aquel que decide coger un lápiz o sentarse frente a un teclado para crear literatura lo hace por un único motivo: subirse el ego. Ya sea por la autocomplacencia del propio ego o para que los demás inflen nuestro ego a base de halagos, peloteo o la promesa de que vamos a ser el próximo Cervantes. Quien diga lo contrario, miente y se engaña a sí mismo. Dejaos de milongas, ni “es un medio para expresar mis sentimientos” ni otras cursiladas. Todo se reduce a puro ego.

Es probable que tras los primeros escarceos frente al papel te consideres un escritor cojonudo: recibes halagos de tu no entendido entorno: papi, mami, tu rollete y algún colega trasnochado vislumbran un enorme talento en tus primeros escritos. Tu ego se hincha como un globo y quizás en tu ingenuidad consideres la posibilidad de que alguna editorial de renombre vea en ti un diamante en bruto al que hay que atrapar como sea.

Sin embargo, pronto te das cuenta de que escribir una novela lleva tiempo, estudio, trabajo de documentación, y muchas páginas que rellenar. ¿Demasiado sacrificio? Claro está que no vas a dedicar las 24 horas a eso. Porque también tienes que cultivar otros ámbitos de tu vida como ver el fútbol, beber cerveza y perder el tiempo con el whatsapp.

Entonces recurres a una solución intermedia que te ofrece el anzuelo de la recompensa inmediata sin tener que pasar tediosos meses trabajando tu escrito: los concursos literarios. Entras en internet y ves que los hay de todos los colores. Un mundo de posibilidades se abre ante el enorme talento literario que crees tener  y la escasa constancia a la hora de escribir que realmente tienes. Ves cuantiosos y variados premios: desde premios en metálico hasta edición de tu relato en antologías, pasando por ebooks, productos eróticos y estancias en hoteles. Te frotas las manos y ya te imaginas recogiendo premios por toda la geografía nacional, o viendo engrosada tu pírrica cuenta bancaria gracias a tu talento, o sorprendiendo a tu rollete con un complejo artilugio erótico.

CONCURSOS

Dicho y hecho, te pones manos a la obra a seleccionar aquellos certámenes en los que quieres participar. Te fijas en que un gran número de ellos son de “microrrelatos”: te piden apenas 5 líneas o no más de 200 palabras para participar. Los hay de todos los géneros, desde los más manidos, como de terror o policiaco, hasta los más estúpidos y cursis, como “la primavera” o “mi primer viaje”. Curiosamente en todos ellos el premio para los seleccionados es la edición de su relato en una antología. “Cómo molaría! Mi relato publicado en una antología literaria! Tengo que participar!” . Entusiasmado, enciendes el PC y empiezas a escribir. Sin darte cuenta, acabas de caer en la trampa almibarada de los concursos de microrrelatos.

Poco después sale publicado el fallo del concurso. Cuando ves que figuras entre los seleccionados para la publicación en una antología saltas de alegría, te sientes orgulloso de tu talento y corres a decírselo a todo el mundo. Papi, mami, tu rollete y tu amigo trasnochado te felicitan, orgullosos, y ven en ti a la nueva estrella literaria del siglo XXI.

Suele poner junto al fallo: “se han presentado al certamen 2980 ó 3124 ó 2912 relatos” para encumbrar aún más tu ego. Te sorprende la rapidez con la que fallan, ya que a veces no pasa ni una semana desde que acaba la convocatoria hasta el fallo. Vamos, que se leen 3000 relatos en 5 días. Eso me recuerda a una peli ochentera llamada “Cortocircuito”. Los más puretillas entenderán esto último.

Junto al fallo del certamen, ves un aviso donde se anuncia que pronto se hará la edición de la antología en la que figuras y que ya se puede pagar para comprarlo, se hará una tirada limitada y no se volverá a editar más porque la reedición es cara, etc. Así que primo, corre a comprarlo que se acaban. Nada, 17 euritos, no es dinero para ver tu microrrelato publicado en papel.

Quedan muy decorativos y sino ya tienes con que calzar la mesa

Quedan muy decorativos y sino ya tienes con que calzar la mesa

A medida que el fallo de los demás concursos de microrrelatos se produce vas viendo que en todos figuras como seleccionado para publicación en antología. Estás en una nube, piensas que reconocen tu talento y no dudas en hacerte con un ejemplar de todos y cada uno de ellos para hacerte tu librería de antologías en las que has publicado. 16 euros, 18 euros, 17 euros…

Te van llegando a casa  las distintas antologías en las que te has dejado ya unos euritos y empiezas a hojearlas. Aparte de ver tu microrrelato de 5 líneas en la página 324, te vas fijando en más detalles. Lo primero es lo externo: la encuadernación es cutre como ella sola y el diseño de la portada está hecho con “corta y pega” de imágenes a color del buscador de Google. No se complican: ¿el tema era “la paz”? La portada es una foto recortada de una paloma sacada de Google. ¿El tema era “la primavera”? La portada es una foto recortada de una flor sacada de Google. Etc.

Cuando te da por mirar el ganador y los finalistas, siguen sin encajarte cosas: en casi todos ellos ves comas mal puestas, acentos que faltan, errores gramaticales y una redacción simplona, tópica y sin mérito alguno para ganar nada. Ahí no acaba la cosa, porque sigues hojeando y ves microrrelatos de… una línea! Te preguntas cómo pueden seleccionar junto a tu talentoso relato otros que no contengan ni tres frases.

Al cabo del tiempo ves tu estantería llena de antologías de microrrelatos en las que has ido picando “porque te gusta tener tus relatos publicados en papel” y te has dejado un dinero curioso.

Al ver esto, se me ocurrió hacer una prueba y enviar a uno de esos concursos varios microrrelatos malos intencionadamente. Llenos de tópicos, sin una historia coherente… Bazofia. No me extrañé cuando al poco tiempo dichos microrrelatos aparecieron como seleccionados al salir el fallo.

Es muy fácil: las editoriales que convocan estos certámenes cuentan con que la mayoría de los autores que son seleccionados para la antología van a comprarla. Así que las ponen a precio de oro, se gastan lo mínimo en la edición y en la encuadernación e intentan meter en el libro el mayor número de relatos posibles, claro, a más relatos, más autores que lo van a comprar. Por eso entendí que metieran bastantes relatos de ¡¡¡una línea!!!. Un descaro.

Otras opciones son presentarte a concursos literarios de relatos más extensos, pero en estos casos, las perspectivas tampoco son muy halagüeñas. Pueden ocurrir varias cosas:

dinero

Te ves como el tío Gilito pero sin dólares en los ojos

Si el premio del certamen es en metálico y se trata de una cantidad de dinero alta, olvídate. “Certamen internacional de relatos… 2000 euros”. Te aseguro que ese tipo de premios está absolutamente dado desde el principio. Suelen ser o bien para autores que ya tienen un nombre o bien para relanzar la carrera de algún escritor en horas bajas. Si quieres imaginarte enchaquetado yendo a recoger el premio a una gala en la que darás un bonito discurso de agradecimiento ante 100 personas mientras recoges el cheque hazlo, pero permíteme descojonarme un poco antes.

En muchos otros certámenes, sobre todo de ayuntamientos de pueblos pequeños te exigen enviar por correo certificado varias copias de tu relato, con sus correspondientes plicas o incluso el relato en soporte informático, con el consiguiente gasto de tiempo y de dinero que implica. Pero todas las molestias que te tomas al final sirven para que ni siquiera anuncien una mísera lista de finalistas o al menos anuncien que el concurso se ha fallado, aunque no estés entre los afortunados. Ni una sola reseña en su página web el día del fallo. Es decir, te enteras de que no has ganado por silencio administrativo, valga la expresión.

Para acabar, voy a contar dos casos reales que me han ocurrido, a cual más deprimente:

    1. Hace unos meses me presenté a un concurso literario de relatos más o menos extensos. Mi relato fue seleccionado para publicación en antología, y dado que  el precio de dicha antología era de 6 euros y que se trataba de un relato extenso, decidí comprarlo. Me dio por investigar al ganador del concurso por internet, cuyo premio era un contrato para publicar dos libros con la editorial en cuestión. Pues bien, averigüe que el ganador de dicho concurso y el director de la editorial, que hacía de juez en el certamen, eran del mismo pueblo. Un pueblo que no llega a 70.000 habitantes. En fin… Pude leer su relato ganador, y ¿qué os voy a contar? Una sarta de mediocres tópicos que cualquier juntaletras puede escribir con los ojos cerrados.

 

    1. Hace varias semanas un relato que presenté a un festival de cine y literatura resultó quedar entre los finalistas. En las bases se especificaba claramente lo siguiente:

 

“Los premiados deberán intentar estar presentes en la gala de entrega de premios, que se celebrará en la ciudad de …. De no poder asistir intentaría que una persona asista en su lugar o como último recurso mandaría un video/agradecimiento para el acto de entrega.”

Me parecía lógico que en un festival abierto al público se requiriera la presencia de los ganadores para recoger el premio, así que escribí a la persona encargada preguntando cuando se conocerían los dos ganadores para, en caso de estar entre ellos, preparar con tiempo mi viaje a la ciudad en cuestión. Me contestó que no me preocupase, que se sabría con tiempo al menos durante la semana del festival para que nos pudiésemos preparar, etc.

Llegada dicha semana volví a escribirles ya que el festival se acercaba, etc. Me comunicaron que se anunciaría en su web, bien. Pasaban los días, nadie ponía nada, nadie comunicaba nada, y a mi siguiente correo volviendo a preguntar ni siquiera se molestaron en contestar.

Pues bien, ni corto ni perezoso, el ganador del certamen resultó estar allí aquel día para recibir el premio. ¿Qué cómo se había enterado? ¿Es que alguien duda de que el nombre del ganador se sabía desde meses atrás?

Pues lo dicho: los concursos literarios son en su gran mayoría un engañabobos que sólo sirven para sacar el dinero a escritorcillos de ego subido, para relanzar o promocionar a algún mediocre al que se le debe un favor o que tiene amistad con alguien de la editorial convocante, pero nunca jamás os creáis milongas como “queremos descubrir y promocionar cervantesjóvenes talentos de la literatura”. Nunca olvidéis que las editoriales son empresas, y las empresas están para ganar dinero, ya sea a base de pelotear a escritores consagrados o de engañar a incautos juntaletras noveles de ego subidito.

P.D: Espero que salgan ahora los Cervantes de debajo de las piedras y digan: “pues yo he ganado 30 certámenes de 7.000 euros de premio, los concursos literarios son limpios”. Pues a todo ellos les digo desde ya que son una panda de fantasmas que no saben ni escribir dos líneas y que mienten como bellacos.